domingo, 4 de febrero de 2007

Monje frente al Mar, de Friedrich

Caspar David Friedrich: Monje en la orilla del mar
1808-10. 110 x 171,5 cm. Oleo sobre lienzo.
Staatliche Museen zu Berlin, Nationalgalerie.

Heinrich von Kleist escribió sobre la figura frente al mar de Friedrich: "Es magnífico mirar sobre un desierto de agua sin límites desde la soledad infinita de la orilla, bajo un cielo nublado. Para ello es necesario haber ido hasta allí, añorar todo lo que se desea para vivir y, a pesar de ello, oír la voz de la vida... y así yo mismo me convertí en el capuchino... Nada puede ser más triste y más insoportable que esta posición ante el mundo: ser la única chispa de vida en el amplio reino de la muerte, el solitario centro del círculo solitario. El cuadro con sus dos o tres misteriosos objetos se presenta como el apocalipsis..."

Triste, insoportable, solitario, muerte, apocalipsis... son los conceptos clave que manifiestan la posición del ser humano en el mundo, caracterizada como situación de peligro, exposición y soledad.

Así expresaba Schopenhauer, pocos años después, la posición del hombre en el cosmos: "En el espacio y en el tiempo infinitos el individuo se ve como magnitud finita, es decir, insignificante con respecto a aquellos, lanzado a ellos; y a causa de esa infinitud siempre posee una noción relativa, nunca absoluta, del cuándo y dónde de su propia existencia, pues su situación y su duración son partes de un todo infinito y sin límites".

Con qué medios artísticos Friedrich produce la impresión descrita por Kleist? "...como en su uniformidad e inmensidad el cuadro tiene como primer plano únicamente el marco, parece como (...) si a uno le hubieran cortado los párpados". "Se constata, en efecto, la falta de un enmarcamiento interior, de cualquier apoyo de la mirada; vemos la horizontal monótona, ininterrumpida, de la superficie marina, la tremenda profundidad del espacio a pesar de faltar algo que dirija la mirada hacia el fondo, la estrechez y desnudez de la orilla como base del hombre, que solo, pequeño y desprotegido se enfrenta a la amenazadora infinidad.
Con este cuadro, Friedrich es el primero en atreverse a expresar a través del paisaje esta vivencia "moderna" del mundo. Y es importante notar que el cuadro no nos transmite su mensaje con mero simbolismo de contenido, sino que nos conmueve en primera línea con los valores expresivos de las formas. Considerado como una obra capital dl autor, el joven príncipe heredero, Federico Guillermo, la adquirió para la corte prusiana junto con su pareja Abadía en el encinar en la exposición de la Academia de Berlín.

Friedrich creó aquí una composición de tres superficies de proporciones extremadas y con ello la obra más radical del romanticismo alemán: playa, mar, cielo. El cielo, un muro impenetrable que se desgarra hacia la altura, ocupa tres cuartas partes del lienzo. La inmensidad azul reduce el mar, la tierra, el hombre y el animal a una existencia diminuta. El océano, por el contrario, ocupa una zona delimitada. Sus olas, coronadas de espuma se convierten -desde un punto de vista cósmico- en un elemento dominado. La playa bañada por el oleaje, en el sentido habitual, no existe. Ante un mar casi negro la franja de arena con dunas destaca en un tono gris-blanco, débilmente azulado. La costa de color claro es la única base sólida. Todos los elementos de vida, las hierbas sobre las dunas, o las gaviotas que vuelan hacia la lejanía, son elementos aislados, apenas perceptibles.

En la estrecha franja de tierra vemos un hombre solo. El monje en hábito marrón oscuro se confronta al universo. Consciente de su inferioridad ante la inmensidad, se enfrenta a los elementos que le rodean y encarnan la categoría de lo "sublime", según Burke. Sin embargo, la posición del monje parece segura: él confiere acento y medida a la composición. Su posición dominante se halla en el punto en el que la línea de la orilla forma un ángulo obtuso. Con gesto de tristeza apoya la cabeza en la mano. El hombre desamparado alza la mirada al cielo, que se aclara. Con la figura del monje, alejada de lo cotidiano, Friedrich crea un efecto de distanciamiento, pues ¿qué hace un monje en una playa? Su celda y su espacio de meditación es el mar y no el monasterio. El motivo nos lleva a pensar en un anacoreta, una persona que se ha retirado del mundo. Lo externo, el universo, refleja así lo interno, el estado de ánimo. El monje está rodeado de un paisaje, que en el sentido de Friedrich, está potentemente definido como creación divina. El pintor introdujo varios cambios en el cuadro hasta que lo dio por terminado en 1810. Al cubrir el cielo y eliminar los motivos originales de la luna y la estrella matutina, así como de dos veleros a la izquierda y la derecha del monje, alcanzó el grado de abstracción que caracteriza este lienzo."

Los rasgos radicales de la composición han sido explicados de diversos modos. Se ha dicho que Friedrich invierte la perspectiva al dar exclusivamente peso físico al fondo y que al renunciar a la visión del mundo desde una perspectiva centralizada sitúa al sujeto, de una manera completamente nueva, en el centro del cuadro. Börsch-Supan considera que el monje es el mismo Friedrich, que la orilla desnuda simboliza la miseria de la vida terrenal y el cielo la fuente de la esperanza.

Fuente: http://cv.uoc.es/~991_04_005_01_web/fitxer/perc87.html

1 comentario:

El blog de Historia del Arte dijo...

Caspar David Friedrich, El monje frente al mar (1809).
Palacio de Chalottenburg, Berlín.

Cuando esta pintura se expuso por primera vez, las quejas del público coincidieron en señalar que no podían ver nada, y es que lo que quiso represenar el pintor es precisamente el vacío, un vacío que, sin embargo, todo lo llena. Para ello se valió de escasos elementos: una bruma, un mar y una duna sobre la que un monje pensativo quiere contemplar lo que nosotros tampoco podemos contemplar; o, para expresarlo con las palabras que el filósofo Von Kleist escribió al verlo en 1810: "Yo era el monje, y el cuadro la duna; aquello que yo debía mirar con anhelo no estaba: el mar". con esta trasposición de sujetos expresa el filósofo que el monje quiere mirar más allá de esa cortina brumosa que como un muro oculta aquello que hay detrás. Este muro gaseoso excita nuestra imaginación: "Cuando un paisaje está cubierto por la niebla, parece mucho más sublime, ya que eleva y amplía nuestra imaginación", escribe Friedrich. Pero al mismo tiempo nos sume en la más profunda indefensión. El monje, en representación de la humanidad, se muestra patéticamente desamparado antes esa inmensidad. Por eso, la situación del sujeto con respecto al entorno es diametralmente opuesta a la del Caminante frente al mar de niebla, pues se ubica muy por debajo de la línea de horizonte. Quizás el aspecto más moderno de esta pintura radique en su concepción espacial: lejos de ofrecernos un espacio en profundidad, suprime el punto de fuga y, como en una pintura oriental, extiende el espacio lateral y superficialmente, lo que contribuye en gran medida a desmoronar el dominio antropocéntrico del hombre sobre la naturaleza que había predominado en pintura desde el Renacimiento temprano. Al desaparecer la profundidad, desaparece también ese punto de vista dominante que obligaba a configurar y a percibir la obra como una ventana abierta al mundo. Con Friedrich la ventana se cierra para mostrarnos otros espcios que no se ajustan ya a la medida del hombre. No en vano se ha visto en este cuadro una profecía de los místicos horizontes cromáticos que a mediados del siglo XX pintará Rothko.

Fuente: RAQUEJO GRADO, Tonia. "La pintura decimonónica." El mundo contemporáneo. Historia del Arte, Tomo 4. Alianza Editorial, Madrid, 1997.