Gustve Courbet, Los picapedreros (1848). Obra destruida (antes en Dresde, Gemäldegalerie).
La falta de intervención en la realidad por parte del pintor (que representa la escena sin corregirla, componerla o juzgarla) provocaba el rechazo de una obra realista. En este sentido, una de las más escandalosas fue Los picapedreros, considerada además posteriormente como "revolucionaria" por la historiografía marxista al considerarla uno de los ejemplos más prematuros y significativos de la ascendencia del proletariado al mundo elitista del arte. Pero el qué pinta no es, sin embargo, tanto la causa de su innovación como el cómo lo hace. Otra vez el distanciamiento nos permite ser testigos imparciales: vemos lo que hay y cómo se muestra sin mediaciones. Para ello, Courbet, como un fotógrafo, selecciona el lugar, el instante y el asunto a representar, pero no lo encaja en el artificio de "un tema" ordenando previamente el material. La composición no está académicamente estudiada para distribuir de un modo equilibrado las cosas allí representadas; tan solo congela un momento de la actividad laboral. Para Courbet, "la pintura es esencialmente un arte concreto y no puede consistir más que en la representación de las cosas reales y existentes". Sin embargo, lo que muestra es suficiente como para que el cuadro se convierta en un manifiesto político-visual que denuncia las condiciones deplorables de estos trabajadores anónimos y reales, condenados de por vida -obsérvese que ha incluido dos generaciones: la más joven seguirá inevitablemente a la más vieja- a un trabajo del que difícilmente puede enorgullecerse una sociedad esperanzada en el progreso y embaucada en la aventura industrial.
Fuente: RAQUEJO GRADO, Tonia. "La pintura decimonónica." El mundo contemporáneo. Historia del Arte, Tomo 4. Alianza Editorial, Madrid, 1997.
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Gustve Courbet, Los picapedreros (1848).
Obra destruida (antes en Dresde, Gemäldegalerie).
La falta de intervención en la realidad por parte del pintor (que representa la escena sin corregirla, componerla o juzgarla) provocaba el rechazo de una obra realista. En este sentido, una de las más escandalosas fue Los picapedreros, considerada además posteriormente como "revolucionaria" por la historiografía marxista al considerarla uno de los ejemplos más prematuros y significativos de la ascendencia del proletariado al mundo elitista del arte. Pero el qué pinta no es, sin embargo, tanto la causa de su innovación como el cómo lo hace. Otra vez el distanciamiento nos permite ser testigos imparciales: vemos lo que hay y cómo se muestra sin mediaciones. Para ello, Courbet, como un fotógrafo, selecciona el lugar, el instante y el asunto a representar, pero no lo encaja en el artificio de "un tema" ordenando previamente el material.
La composición no está académicamente estudiada para distribuir de un modo equilibrado las cosas allí representadas; tan solo congela un momento de la actividad laboral. Para Courbet, "la pintura es esencialmente un arte concreto y no puede consistir más que en la representación de las cosas reales y existentes". Sin embargo, lo que muestra es suficiente como para que el cuadro se convierta en un manifiesto político-visual que denuncia las condiciones deplorables de estos trabajadores anónimos y reales, condenados de por vida -obsérvese que ha incluido dos generaciones: la más joven seguirá inevitablemente a la más vieja- a un trabajo del que difícilmente puede enorgullecerse una sociedad esperanzada en el progreso y embaucada en la aventura industrial.
Fuente: RAQUEJO GRADO, Tonia. "La pintura decimonónica." El mundo contemporáneo. Historia del Arte, Tomo 4. Alianza Editorial, Madrid, 1997.
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